Esta foto no pertenece al álbum de Miguel sino al de su hermana María Jesús, mi madre. La verdad es que la familia conserva otras muchas fotos del artista, que he ido recolectando estos últimos meses y que tendré que ir poniendo en orden. Yo mismo conservo algunas fotos de celebraciones a las que Miguel asistía. Casi siempre llegaba tarde, pero he de decir que mi tío Miguel Ángel disfrutaba de aquellas fiestas. Recuerdo especialmente mi boda. Maite y yo, en esa época, éramos más de cantar que de bailar, y la fiesta posterior al convite fue una velada de guitarras de amigos y de canciones de aquel entoces. Miguel lo pasó en grande aquel día y luego también pudimos disfrutar de su presencia en el bautizo de mi hijo, en los cumples de mis padres, en las fiestas navideñas... En verdad, era un ser familiar, le gustaban aquellas celebraciones, aunque muchas veces mi madre y mi abuela andaran más preocupadas por su apariencia que de otras cosas.
La persona de la foto es mi abuela Saturnina, un personaje esencial en la vida de Miguel Ángel Andés, tanto en sus primeros años como en los últimos. Esta foto me recuerda mucho los dibujos de muchachas de los cuadernos de Miguel. Claramente es una foto de una persona ya madura, mi madre dice que debía de rondar los cuarenta años y que, posiblemente, sus siete hijos ya habían nacido. Podría contar muchas anécdotas y recuerdos de mi abuela relacionados con Miguel, pero hoy solo voy a relatar dos de ellos.
En nuestro primer reencuentro, Guillermo me contó que allá por principios de los setenta, un día Miguel fue detenido por la policía social de la época. Eran tiempos en los que solo algunos jóvenes se atrevían a transgredir algunas normas, no escritas, relativas a la vestimenta y el peinado. Aquellos hippies, que inundaban Europa, eran mal vistos en un país como el nuestro, donde las apariencias seguían estando por encima de la naturalidad. El caso es que cualquier joven de pelo largo era sospechoso de cualquier cosa, y mi tío y sus amigos, adelantados de aquellas modas que venían de Londres y París, tuvieron más de un percance con la policía y con otros grupos de jóvenes adeptos al régimen. Mi abuela acudió a la sede de la Direccion General de Seguridad a defender a su hijo. No le hizo falta ningún abogado. Su único argumento, que fue el que consiguió la libertad de Miguel, fue: "Mi hijo es un artista, no ha hecho nada malo a nadie". Aquello bastó para que Miguel volviera a casa.
La segunda anécdota está grabada en mi propia memoria. Eran ya los años noventa, los últimos de Miguel. Siempre recordaré a mi abuela Saturnina como su protectora, su tabla de salvación, como la madre que obligó al resto de sus hijos a firmar un documento por el cual, en caso de su fallecimiento, aquel piso familiar, aquel donde nacieron todos ellos, aquel donde Miguel vivió sus últimos catorce años de vida, aquel que él mismo llamó su estudio de Caravaca, seguiría siendo el hogar del artista hasta su muerte.
El destino quiso que, finalmente, fuera mi abuela la que le sobreviviera, y que años después de la muerte del artista, aquel piso fuera abandonado por ella misma. Mi abuela Saturnina terminó trasladándose a Valdepeñas y dejando todo el legado de Miguel bajo mi responsabilidad. Aquellos días en los que estuve vaciando aquel piso de los cuadros, dibujos, libros y demás cosas de Miguel, me acordé mucho de aquellas palabras de mi abuela: "Luisito, tú, como el mayor de los nietos , tienes que hacerte cargo de todas las cosas de Miguel Ángel. Lo que tu hagas estará bien". Y aquí estoy, veinticuatro años después, escribiendo este post.
Contacto: amarneciendo@gmail.com
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