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sábado, 13 de septiembre de 2014

Las cajas de cerillas y el recorte de prensa

Cajas de cerillas para Amarneciendo


Cuando Rita me sugirió hace días escribir sobre estas cajas de cerillas, me vino el recuerdo de aquel día en que desalojamos las cosas de Miguel Ángel Andés del piso de la calle Caravaca. La enorme cantidad de cuadros, dibujos, objetos, papeles, libros..., que conservaba mi tío, hizo que la tarea se prolongara durante unos cuantos días. La mayor parte de los objetos de pequeño tamaño los guardamos en cajas con el ánimo de clasificarlos y catalogarlos más adelante. Recuerdo que mi tío me había regalado una de esas cajitas de cerillas allá por el año 85, en los tiempos en que Maite y yo íbamos de vez en cuando a visitar a mi abuela. Muchas veces Miguel estaba en casa y nos sentábamos con él en la terraza o en un pequeño salón del que recuerdo, entre otros muebles, una librería con puertas de cristal traslúcido, que mucho antes había utilizado mi abuelo para guardar sus cosas personales bajo llave. Cuando Miguel volvió a Caravaca, su padre, mi abuelo Juan, ya había muerto, y la librería ya no solo contenía los objetos y libros de mi abuelo. Recuerdo una caja de metal con las típicas agujas y jeringas de los practicantes médicos de antaño. Mi abuela y Miguel habían empezado a guardar otras cosas pequeñas entre las que destacaban las famosas cajas de cerillas. Miguel nos las mostraba a Maite a mí y nos contaba que estas pequeñas obras de arte habían sido famosas durante un tiempo, pues él había sido el único artista al que se le había ocurrido utilizarlas de ese modo. Recuerdo especialmente una de esas cajas con la fotografía de un jarrón chino, al cual Miguel había prolongado su cuello hasta formar la figura de una especie de monstruo, o feto, cuya cabeza solo aparecía al abrir la caja, pues el artista la había pintado en la parte trasera del compartimento interno.

No sé si fue esa misma caja u otra la que yo conservé durante mucho tiempo después en mi casa actual y que desapareció por obra de magia hace tiempo y ahora no consigo encontrar. Lo que sí conservo de esta historia es la librería, que finalmente llegó a mi casa muchos años después, cuando mi abuela murió en Valdepeñas. Mi tía Juanita, la mayor de todos mis tíos, que vivía puerta con puerta con mi abuela en aquel pueblo de La Mancha, no tenía sitio para guardarla y decidió regalármela. Ahora esa librería alberga mi colección de libros de poesía, muchos de los cuales rescaté de la biblioteca de Miguel Ángel Andés en aquellos días que vaciamos el piso de la calle Caravaca.

La foto que encabeza este post fue tomada en la exposición de la calle Ministriles de la que ya hemos hablado. Como se puede apreciar, creamos un pequeño rincón con las cajas, algunas fotos y un recorte de prensa que hablaba de Miguel. Las quince cajas que aparecen en la foto son una pequeña muestra de lo que debió de ser su colección. Hoy en día las conserva mi tío Carlos, con el cual hablé el otro día para comentarle que íbamos a escribir un artículo sobre estas famosas cajas. Digo “famosas”, porque es cierto que debieron de tener repercusión en el panorama artístico de finales de los 70, tal como se refleja en el breve reportaje firmado por Antonio Campuzano que aparece en el recorte. Carlos me confirma que la colección de cajitas pudo ser mayor, pero no hasta el punto de considerarla “una de las más importantes colecciones de cajas de cerillas del mundo”, en palabras de Campuzano.

El caso es que Rita y yo hemos tratado de encontrar el origen del artículo y hasta ahora no hemos tenido mucho éxito. El recorte original, que conservaba Miguel, no tiene ninguna anotación de la fecha o el periódico en que se publicó. No podemos asegurar que el Antonio Campuzano que firmó este reportaje sea el actual cronista taurino de El País. Nos encontramos con un misterio más a desentrañar en este maravilloso proyecto que es recordar y difundir la vida y obra de Miguel Ángel Andés.


Contacto: amarneciendo@gmail.com

sábado, 2 de agosto de 2014

Saturnina




Esta foto no pertenece al álbum de Miguel sino al de su hermana María Jesús,  mi madre. La verdad es que la familia conserva otras muchas fotos del artista, que he ido recolectando estos últimos meses y que tendré que ir poniendo en orden. Yo mismo conservo algunas fotos de celebraciones a las que Miguel asistía. Casi siempre llegaba tarde, pero he de decir que mi tío Miguel Ángel disfrutaba de aquellas fiestas. Recuerdo especialmente mi boda. Maite y yo, en esa época, éramos más de cantar que de bailar, y la fiesta posterior al convite fue una velada de guitarras de amigos y de canciones de aquel entoces. Miguel lo pasó  en grande aquel día y luego también pudimos disfrutar de su presencia en el bautizo de mi hijo, en los cumples de mis padres, en las fiestas navideñas... En verdad, era un ser familiar, le gustaban aquellas celebraciones, aunque muchas veces mi madre y mi abuela andaran más preocupadas por su apariencia que de otras cosas.

La persona de la foto es mi abuela Saturnina,  un personaje esencial en la vida de Miguel Ángel Andés, tanto en sus primeros años como en los últimos.  Esta foto me recuerda mucho los dibujos de muchachas de los cuadernos de Miguel. Claramente es una foto de una persona ya madura, mi madre dice que debía de rondar los cuarenta años y que, posiblemente, sus siete hijos ya habían nacido.  Podría contar muchas anécdotas y recuerdos de mi abuela relacionados con Miguel, pero hoy solo voy a relatar dos de ellos.

En nuestro primer reencuentro, Guillermo me contó que allá por principios de los setenta, un día Miguel fue detenido por la policía social de la época. Eran tiempos en los que solo algunos jóvenes se atrevían a transgredir algunas normas, no escritas, relativas a la vestimenta y el peinado. Aquellos hippies, que inundaban Europa, eran mal vistos en un país como el nuestro, donde las apariencias seguían estando por encima de la naturalidad.  El caso es que cualquier joven de pelo largo era sospechoso de cualquier cosa, y mi tío y sus amigos, adelantados de aquellas modas que venían de Londres y París, tuvieron más de un percance con la policía y con otros grupos de jóvenes adeptos al régimen. Mi abuela acudió a la sede de la Direccion General de Seguridad a defender a su hijo. No le hizo falta ningún abogado. Su único argumento, que fue el que consiguió la libertad de Miguel, fue: "Mi hijo es un artista, no ha hecho nada malo a nadie". Aquello bastó para que Miguel volviera a casa.

La segunda anécdota está grabada en mi propia memoria. Eran ya los años noventa, los últimos de Miguel. Siempre recordaré a mi abuela Saturnina como su protectora, su tabla de salvación,  como la madre que obligó al resto de sus hijos a firmar un documento por el cual, en caso de su fallecimiento, aquel piso familiar, aquel donde nacieron todos ellos, aquel donde Miguel vivió sus últimos catorce años de vida, aquel que él mismo llamó su estudio de Caravaca, seguiría siendo el hogar del artista hasta su muerte.

El destino quiso que, finalmente, fuera mi abuela la que le sobreviviera, y que años después de la muerte del artista, aquel piso fuera abandonado por ella misma. Mi abuela Saturnina terminó trasladándose a Valdepeñas y dejando todo el legado de Miguel bajo mi responsabilidad.  Aquellos días en los que estuve vaciando aquel piso de los cuadros, dibujos, libros y demás cosas de Miguel, me acordé mucho de aquellas palabras de mi abuela: "Luisito, tú, como el mayor de los nietos , tienes que hacerte cargo de todas las cosas de Miguel Ángel.  Lo que tu hagas estará bien". Y aquí estoy, veinticuatro años después,  escribiendo este post.


Contacto: amarneciendo@gmail.com