sábado, 18 de junio de 2016

Los números



Hoy vengo hablar de un tema realmente extemporáneo. Hace tiempo una amiga me dijo lo siguiente: “Cuando las cosas se pueden reducir a números, se puede decir que la persona que los aporta empieza a saber de lo que está hablando". Parece ser que la cita pertenece a un gran economista americano y la cosa vino a cuento a raíz de los preparativos de la exposición Reencuentros, que organizamos hace ya casi un año y medio en Moratalaz y en la que reunimos 42 obras de nuestro artista, unas obras que habían estado separadas durante varias décadas y que conseguimos reunir en esa estupenda exposición de la que ya hemos hablado en este blog. Esto de “volver a reunir cuadros que habían estado separados” puede sonar un tanto ingenuo, pero realmente fue algo así: juntamos y expusimos un gran número de cuadros que Miguel había guardado celosamente en el que fue su último estudio de la calle Caravaca, el piso donde vivió con  mi abuela los últimos 15 años de su vida. ¿Y qué tiene que ver todo esto con los números? Pues, como iba diciendo, estábamos preparando aquella exposición y hubo un momento en que aquel maravilloso grupo, del que ya hemos hablado también en este blog, nos encontramos metidos en un debate que finalmente terminé yo mismo por zanjar. Alguien me dijo: “Tú eres el comisario, Luis; te toca decidir”. Fue aquel entonces cuando me propuse escribir un post con este título, “Los números”, donde explicaría el porqué de aquella decisión. Y, por fin, hoy me dispongo a retomar aquella primeras líneas que dejé en este borrador de Blogger. De aquí lo de “extemporáneo” del principio.

Aquel debate tuvo que ver con la conveniencia de poner o no poner títulos a algunos cuadros de Miguel. Ya hablé en este post de la ingente tarea que tenemos por delante de catalogación del legado de Miguel Ángel Andés y de aquellos primeros trabajos que acometí junto con mi hermano Juan cuando hubo que vaciar el piso de Caravaca, allá por el año 97. Mi abuela Saturnina, en una decisión que no compartí y por la que me llevé la única regañina que recuerdo por su parte, decidió vender aquel piso e irse a vivir a Valdepeñas, a otro piso al lado de su hija la mayor, mi tía Juanita. También conté que mi hermano y yo pasamos unas cuantas tardes en aquella terraza, moviendo cuadros y haciendo fotos…, e intentando poner orden entre aquel enorme legado pictórico, compuesto también de otras muchas cosas: fundamentalmente, libros y papeles. ¿Y cuál fue nuestra dificultad principal? Pues que la gran mayoría de aquellos cuadros no tenían título. Muchos estaban firmados y fechados por detrás, algunos tenían referencias a series de las que ya hemos hablado: cósmicos, durante hembra, etc.; pero no teníamos nada más, ninguna pista, ni un mínimo listado, ni anotaciones en cuadernos, ni nada de nada... ¿Y qué se nos ocurrió hacer? Pues algo que también he contado: pintarles,  con un rotulador grueso y negro, un número en la parte posterior. Recuerdo que tuvimos muchas dudas, y que barajamos otras alternativas. Con todo, aquella fue nuestra decisión.
 
 Y fue esa misma decisión la que condicionó aquella otra que tomé 17 años después en Moratalaz. Miguel Ángel había puesto títulos a muy pocos de sus cuadros, y había decidido dejar la mayoría sin nombre. Y es por esto que nuestro catálogo de la exposición Reencuentros, del que pronto vamos a imprimir una segunda edición, contiene cuadros titulados solo con números, unos números que son aquellos mismos rotulados por mí en 1997. ¿Y por qué un pintor no titula sus obras? ¿Quién sabe? El caso es que, muchos años después, aquellos números nos han permitido  tener más claro el conjunto de su obra y marcar una senda por la que seguir trabajando en su catalogación  y difusión. Y ahora viene la serendipia...

En estos últimos meses, también he hablado en varios posts del trabajo emprendido por unos cuantos buenos amigos de Miki tras la desaparición de Esther Ortego. He contado un poquito de los primeros pasos de Oceánida y de la ingentísima tarea de catalogación del legado de la que pudo ser la artista que más influyó en la obra de Miguel Ángel Andés. ¿Y qué fue lo que me dejó noqueado un día de esos en que estuve echando una mano ordenando y empaquetando? Pues, ni más ni menos, que Esther, que sí había titulado y catalogado casi todos sus cuadros, había anotado en la parte posterior de todos y cada uno de ellos un número con un rotulador grueso y negro, tal y como hicimos mi hermano y yo desde nuestra más ingenua ignorancia con los cuadros de su amigo y discípulo Miki aquel verano en que también hubo que vaciar un piso lleno de Arte por todos sus rincones.


Contacto: amarneciendo@gmail.com

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