domingo, 28 de septiembre de 2014

Amarneciendo (una forma de olvido)


Embalse de Santillana para Amarneciendo



AMARNECIENDO
(UNA FORMA DE OLVIDO)


La playa es un lienzo
cuyos colores han devenido en sonidos
agudizados por el sol más ardiente;
áspero graznido de gaviotas que juegan
a romper horizontes,
rumoroso batir de olas
sobre la playa virgen,
clamor del viento
percibido en cada poro de tu salada piel.

Y hasta aquí
lo que me procura el momento:
sensibilidad conformada,
emoción que razona consigo misma.

Pero no,
porque aún se me concede más:
percibir la frontera imposible de cielo y océano,
la línea que no separa ilusiones acuáticas y aéreas,
la belleza de un trazo que no existe sino para mí.

Ahora sí, amarneciendo, el poema se acaba,
como la consumación de lo que fue un instante,
el recuerdo de nuestro existir
o, tal vez, sólo una forma de olvido.
 

A Miguel Ángel Andés, lienzo y poema, trágico y travieso.


Fotografía: Luis Miguel Uriarte (Embalse de Santillana, Manzanares El Real, 2014)

Texto: Luis Miguel Uriarte (De su libro Por caminos inciertos, Editorial Ópera Prima, Madrid, 2014)


Contacto: amarneciendo@gmail.com

martes, 23 de septiembre de 2014

Abismaluz (XI)



1975 para Amarneciendo

XI

parecemos existencia de otra parte
pero nunca estaré allí acariciados
intrusos en la hembra es ahora
viril de sombra abierta definitiva


Poesía: Miguel Ángel Andés, Abismaluz 1971
Dibujo: Miguel Ángel Andés, Bloc de dibujo 1975


Contacto: amarneciendo@gmail.com

sábado, 20 de septiembre de 2014

Miki: escena primera



MIKI: ESCENA PRIMERA

AÑOS SETENTA DEL SIGLO PASADO

Una delgadez romántica se encuadraba dentro de un cuerpo longilíneo propio de un personaje civil de El Greco. Su rostro se componía de los elementos propios de un místico urbano. La cara,  enmarcada por una melena fina y lacia que él se recogía detrás de las orejas cada vez que dilataba una respuesta a un interlocutor incómodo, se precipitaba en unos ojos de fuego cuando la vida se le encaraba con su vaivén de realidad.  Con el paso del tiempo había permitido que, desde el mentón,  le surcaran unos  hilos  pilosos  que  nunca tuvieron la acepción de barba y que sombreaban su piel un tanto cetrina.  Todos sus miembros afirmaban la voluntad de longitud y finura propia de su altura, coagulándose  en unas manos maravillosas por su expresiva gestualidad que le dotaban de una puesta en escena subyugante.

La instantánea que mejor le podría representar en esos años, estaría condensada en una mesa de mármol con un café con leche prácticamente consumido y con restos derramados cuidadosamente sobre una servilleta con el logotipo del local, que bien podría ser el Buffet Italiano.  Estas  manchas facilitarían  a  sus  bolígrafos  el esbozo inicial de una nueva cara de muchacha en flor. Quizás, algo apartado, descansaría un cuaderno de espiral, fechado en su portada, que contendría el dibujeo de las últimas semanas y descubriría por debajo una edición fatigada del Zibaldone de Leopardi
     
Las miradas fugaces de los gotosos camareros hacia ese habitual del local, que a duras penas encargaría dos tazas de café a lo largo de la mañana, desprenderían el encono que ese ocio desafiante del personaje les producía. Consumida la mañana, también a él, le llegaba la hora en que tendría que saldar sus cuentas con la realidad exterior y dar por concluido su trabajo en esa oficina tan particular. 

Lentamente enfilaría la calle de El Príncipe para dejarse caer hacia el barrio de la manolería donde un plato de cuchara le estaría esperando en un quinto sin ascensor, permitiéndole encarar la atardecida con todos los deberes sociales hechos.

Con la solana estival todavía recalentando el techo de su habitación, se dejaría caer por Caravaca hasta apurar Ave María con Santa Isabel, echándose al coleto el primer café de la noche en  el tabuco medianero con el  Cine Doré. Miraría con curiosidad el cartelón anunciando el  programa doble de la semana con el que a veces se permitía detener el tiempo, valorando si el papel estelar de Sarita Montiel en Yuma le proporcionaría ese remanso de paz en que lamerse las heridas de algún rifirrafe familiar. Una  vez  descartada la promesa de las carnes turgentes de la diva, decidiría el programa nocturno haciendo el flanêur por su zona habitual.

Acaso alguien le reconocería en la puerta de El Ateneo y lo  seduciría para unos vinos que empezarían en Santa Ana y acabarían en unos churros con chocolate en La India de Montera, ya madrugada la noche. En esa última parada y rodeado  de  habituales,  acallaría  la  cháchara del  local con el recitado de algunos versos de su querido César Vallejo,  produciendo el silencio inmediato en  las  mesas circundantes para, ya  sin  pausa,  enlazar con los poemas  que durante la siesta de esa tarde se le habían revelado.

Pasadas las tres de la madrugada el sereno venido de los prados asturianos haría sonar su chuzo en el umbral del café, propiciando la salida de todos esos parroquianos  renuentes a concluir la velada.

Alguna sombra, que en el mejor de los casos viviría por el Portillo de Embajadores, se le colgaría del brazo y le encaminaría  hacia los barrios bajos,  caminando sobre el adoquinado,  aún mojado, y la mirada de los barrenderos soñolentos que despachaban su penúltimo pito.

No sin dificultad alcanzaría la oscuridad de su cuarto con el plato de tortilla con pimientos que siempre le esperaba en la cocina,  produciéndole una reconciliación instantánea con su entorno familiar. Todo ello haría posible dedicarle unas horas a ese óleo que se le resistía desde hacía varias semanas. 

Ya amarneciendo, las primeras luces iluminarían la figura  del poeta pintor, reclinado en su cama en la misma posición en que se encontró a Thomas Chatterton un día del mes de agosto de 1770.




Texto: Guillermo Álvarez (julio de 2014)

Imagen 1: Foto del álbum familiar de Miguel Ángel Andés (1973)

Imagen 2: Cuadro "La muerte de Chatterton" por Henry Wallis (1856). Wikipedia.  


Contacto: amarneciendo@gmail.com

martes, 16 de septiembre de 2014

Amarneciendo (XLIV)


Ophelios para Amarneciendo

XLIV

6 de la tarde en mis ojos manuales.
Nadie vendrá su acariciante sombra
a mi lecho roto de página rota.
Es otra vez
mi bar preferido de eternidad.
Siguen siendo mis manos azules
abismando esta perennidad de blanco.


Poesía: Miguel Ángel Andés, Amarneciendo, 1978
Dibujo: Miguel Ángel Andés, cedido por Guillermo Álvarez para Amarneciendo

Contacto: amarneciendo@gmail.com

sábado, 13 de septiembre de 2014

Las cajas de cerillas y el recorte de prensa

Cajas de cerillas para Amarneciendo


Cuando Rita me sugirió hace días escribir sobre estas cajas de cerillas, me vino el recuerdo de aquel día en que desalojamos las cosas de Miguel Ángel Andés del piso de la calle Caravaca. La enorme cantidad de cuadros, dibujos, objetos, papeles, libros..., que conservaba mi tío, hizo que la tarea se prolongara durante unos cuantos días. La mayor parte de los objetos de pequeño tamaño los guardamos en cajas con el ánimo de clasificarlos y catalogarlos más adelante. Recuerdo que mi tío me había regalado una de esas cajitas de cerillas allá por el año 85, en los tiempos en que Maite y yo íbamos de vez en cuando a visitar a mi abuela. Muchas veces Miguel estaba en casa y nos sentábamos con él en la terraza o en un pequeño salón del que recuerdo, entre otros muebles, una librería con puertas de cristal traslúcido, que mucho antes había utilizado mi abuelo para guardar sus cosas personales bajo llave. Cuando Miguel volvió a Caravaca, su padre, mi abuelo Juan, ya había muerto, y la librería ya no solo contenía los objetos y libros de mi abuelo. Recuerdo una caja de metal con las típicas agujas y jeringas de los practicantes médicos de antaño. Mi abuela y Miguel habían empezado a guardar otras cosas pequeñas entre las que destacaban las famosas cajas de cerillas. Miguel nos las mostraba a Maite a mí y nos contaba que estas pequeñas obras de arte habían sido famosas durante un tiempo, pues él había sido el único artista al que se le había ocurrido utilizarlas de ese modo. Recuerdo especialmente una de esas cajas con la fotografía de un jarrón chino, al cual Miguel había prolongado su cuello hasta formar la figura de una especie de monstruo, o feto, cuya cabeza solo aparecía al abrir la caja, pues el artista la había pintado en la parte trasera del compartimento interno.

No sé si fue esa misma caja u otra la que yo conservé durante mucho tiempo después en mi casa actual y que desapareció por obra de magia hace tiempo y ahora no consigo encontrar. Lo que sí conservo de esta historia es la librería, que finalmente llegó a mi casa muchos años después, cuando mi abuela murió en Valdepeñas. Mi tía Juanita, la mayor de todos mis tíos, que vivía puerta con puerta con mi abuela en aquel pueblo de La Mancha, no tenía sitio para guardarla y decidió regalármela. Ahora esa librería alberga mi colección de libros de poesía, muchos de los cuales rescaté de la biblioteca de Miguel Ángel Andés en aquellos días que vaciamos el piso de la calle Caravaca.

La foto que encabeza este post fue tomada en la exposición de la calle Ministriles de la que ya hemos hablado. Como se puede apreciar, creamos un pequeño rincón con las cajas, algunas fotos y un recorte de prensa que hablaba de Miguel. Las quince cajas que aparecen en la foto son una pequeña muestra de lo que debió de ser su colección. Hoy en día las conserva mi tío Carlos, con el cual hablé el otro día para comentarle que íbamos a escribir un artículo sobre estas famosas cajas. Digo “famosas”, porque es cierto que debieron de tener repercusión en el panorama artístico de finales de los 70, tal como se refleja en el breve reportaje firmado por Antonio Campuzano que aparece en el recorte. Carlos me confirma que la colección de cajitas pudo ser mayor, pero no hasta el punto de considerarla “una de las más importantes colecciones de cajas de cerillas del mundo”, en palabras de Campuzano.

El caso es que Rita y yo hemos tratado de encontrar el origen del artículo y hasta ahora no hemos tenido mucho éxito. El recorte original, que conservaba Miguel, no tiene ninguna anotación de la fecha o el periódico en que se publicó. No podemos asegurar que el Antonio Campuzano que firmó este reportaje sea el actual cronista taurino de El País. Nos encontramos con un misterio más a desentrañar en este maravilloso proyecto que es recordar y difundir la vida y obra de Miguel Ángel Andés.


Contacto: amarneciendo@gmail.com

martes, 9 de septiembre de 2014

Sentencias poéticas (III)




niños paraAmarneciendo


Cada vez que siempre, apareces acontecido en un azar.


Autor: Miguel Ángel Andés
Dibujo: Miguel Ángel Andés, cedido por Guillermo Álvarez para Amarneciendo, serie niños IV

Contacto: amarneciendo@gmail.com

sábado, 6 de septiembre de 2014

Los soportes



Silla Andés para Amarneciendo.



Entre esta obra de Miguel y la de más abajo hay una diferencia de veinte años, pero ambas comparten una peculiaridad de la que ya hemos hablado en un reciente post titulado “Cuadros”: las dos fueron pintadas en un soporte poco convencional, por decirlo de algún modo. Es sabido que a lo largo de la historia de la Pintura han sido muchos los artistas que han utilizado materiales, más o menos insólitos, distintos a la tela, el papel o la madera, para realizar sus creaciones. A partir de la segunda mitad del siglo XX, es cuando se produce la mayor ruptura de los pintores y dibujantes con las técnicas, materiales y soportes tradicionales. No vamos a afirmar que Miguel Ángel Andés haya sido el primer artista que utilizara objetos encontrados para crear trabajos pictórico-plásticos, pero resulta chocante que este tipo de obras no se vean más a menudo en las colecciones permanentes de los museos y que la pintura, para el gran público, casi siempre se asocie a superficies planas de forma más o menos rectangular.



El “cuadro” que introduce este post fue pintado sobre el respaldo de una silla. Era el año 1992, su última época. Seguramente, Miguel Ángel usó pinturas acrílicas para crearlo. Lo más singular, claro está, es la forma en que aprovecha la estructura de madera del respaldo para configurar una cara cuyos rasgos parece que ya estuvieran en esa silla antes de que Miguel decidiera pintar sobre ella. Esta obra se encuentra en casa de mi tío Carlos, el hermano menor de los siete, el cual ya dijimos conserva la mayor parte de la obra pictórica de Miguel. Hacía tiempo que no visitaba la casa de Carlos y, esta pasada primavera, fue una gratísima sorpresa encontrarme con la mayor parte de aquellos cuadros que desalojamos de la calle Caravaca cuando mi abuela Saturnina decidió irse a vivir a Valdepeñas. Sabía que Carlos tenía un garaje que había acondicionado como un espacio más de la casa, mitad gimnasio-mitad salón, pero lo que no recordaba era que ese enorme espacio se había convertido también en una especie de museo-santuario de la obra de su hermano. Mostraremos alguna foto más adelante de este pequeño museo. Solo adelanto que contemplar otra vez más de veinte cuadros de Miguel colgados en las paredes de un mismo espacio fue un auténtico placer.



Yo conservo también muchas obras de Miguel. En las paredes de las distintas habitaciones de mi casa, cuelgan muchos cuadros, y la mayoría son de mi tío. También conservo una gran parte de sus dibujos en papel, pero para no perder el hilo de este post quiero centrarme en el “cuadro” de más abajo. 

He escrito dos veces las palabra "cuadro" entrecomillada, porque es evidente que esta otra obra no tiene ningún ańgulo recto. Esta pequeña tablilla de madera, cuya base mide tan solo catorce centímetros, tiene la forma de un triángulo redondeado, el cual ahora mismo se me asemeja también a aquellos senos que luego fueron motivo principal de muchos de los cuadros posteriores de Miguel. Conservo dos tablillas más de parecido aspecto y tamaño. Esta en concreto no mide de alto más de trece centímetros y lo que más nos sorprende, aparte de la forma del soporte, es su motivo central y la técnica utilizada. Hay mucho de vanguardista en esta pequeña obra, donde encontramos un círculo plateado pegado, no pintado, y otro círculo rugoso, el del ojo del pez (o feto, no sabemos), que al tocarlo parece un desgarro en la propia madera, pero que, realmente, Miguel realizó acumulando más pintura en su contorno. En la parte trasera de la tabla podemos leer con dificultad, en boligráfo negro, la anotación “París 12 Agosto 1972”. Luego, con un rotulador azul y con su misma caligrafía, podemos leer claramente “Andés París 72”. Sabemos que Miguel anduvo un verano por aquella ciudad, cuna y destino de miles de artistas a lo largo de los dos últimos siglos. Está claro que allí mi tío debió de conocer y ver mucho arte contemporáneo. Qué mejor sitio, ¿no?



Miguel Ángel para Amarneciendo


Suponemos que fue aquella visita a París la que llevara, más tarde, a nuestro artista a pintar sobre otros soportes insólitos. Está claro que dos años después sus cajas de cerillas, a las que dedicaremos un post más adelante, fueron una novedad que repercutió en el panorama artístico de la época en nuestro país, donde, por supuesto, el arte de vanguardia ya llevaba décadas genialmente representado por los más grandes (Picasso, Dalí, Miró, etc., etc.), pero en el que todavía nos quedaban unos pocos años para despertar al nuevo mundo de la libertad y la democracia. Me gustaría terminar diciendo que Miguel Ángel Andés aportó su granito de arena a la Historia de la Pintura de esa época y que su obra sigue viva y aportando valores al Arte de nuestro país.



Contacto: amarneciendo@gmail.com

martes, 2 de septiembre de 2014

Abismaluz (VIII)



muchachas81 para Amarneciendo


VIII

me pulso
vertebrado en otro ritmo
que me arraiga cerca
fuera de tiempo y especie


Poesía: Miguel Ángel Andés (Abismaluz 1971)
Dibujo: Miguel Ángel Andés, serie "muchachas" 1981


Contacto: amarneciendo@gmail.com